martes, 3 de septiembre de 2013

La cosa va de aviones (I)

  Si hace mucho que no escribo espero que me disculpéis. Quiero que sepáis que he preferido que pasase un tiempo por dos razones: si lo hacía nada más llegar, no hubiese sabido por donde empezar, y la otra, que no ha dependido directamente de mí, es que pasamos casi todo el día fuera de casa.
  No obstante, he pensado dedicar este post al viaje en avión. En el anterior os dije que mis compañeros viajaban la noche anterior hacia Madrid y que yo era el único que se unía al grupo al día siguiente. Si no lo dije, lo digo ahora, como dije antes, ya pasó tiempo.
  Pues lo que os cuento. Esa mañana me desperté a las ocho de la mañana y mis padres me invitaron a desayunar. Apremié para viajar rápido al aeropuerto, y cuando estuve allí, cuando vi a todo el grupo sentado en el suelo sonriéndome, supe que no había que sentir inquietud. Mientras que esperaba la cola para facturar la maleta, contesté las preguntas de una azafata malhumorada acerca de si llevaba armas, que qué aparatos eletrónicos llevaba, y demás cosas, y me despedí de mis padres sin llorar (lo cual es sorprendente).
  Siempre me ha gustado estar en los aeropuertos. Vale, bien, creo que ese día tuve suficiente y me voy a mantener alejado de ellos hasta que vuelva. Resulta que yo llevaba puesto justo lo que más pesaba, entre lo que se incluían unas botas de caña alta. Bastó con una mirada y un gesto, para que comprendiese que me las tenía que quitar. Pues bien, me senté en el suelo y comencé a forcejear para quitármelas, y pasé por el arco.
  Pitaba.
  Me puse nervioso. Vino Marta, es decir, nuestra responsable, después de que yo hubiese avisado a mis compañeros a gritos en medio de Barajas. Con la cara muuuuuy roja. El caso es que le pidieron permiso para cachearme. 
  A la voz de "¡Paco, cachéale!" aprendí lo que era la vergüenza y qué era lo que pitaba. Resulta que te tienes que quitar las riñoneras portaobjetos. Ups.
  Pero bueno, después de pasar por aquello nos estuvimos riendo un buen rato porque según resulta, mi cara era graciosa.
  Después de que hasta el último de nosotros hubiese acabado, mis compañeros desayunaron, porque a todo esto eran las 10 y llevaban desde la una y media de la mañana sin comer/dormir nada.
  Poco más puedo decir de aquello. Estar entre cristales y ver nuestro avión nos llenaba de ilusión y esperanza de lo que sería la nueva aventura en la que íbamos a embarcar.

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